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En este blog se hablaran de cosas que tengan que ver con el mundo de Apple en Latinoamérica y sobre diseño digital.

11/06/2009




Hay un diálogo memorable en la por demás mediocre Confidence (2003), cinta dirigida por James Foley,  que define a la perfección el dilema por el que atraviesa Steve Jobs, líder de Apple, la empresa de tecnología y bienes de consumo electrónico más innovadora del planeta. Ocurre casi al comienzo de la película, cuando Winston King,  el capo de capos interpretado por Dustin Hoffman, le cuenta una anécdota criminal de juventud al ambicioso y estilizado estafador Jake Vig (Edward Burns):


“Cuando empezaba en este negocio, una de las cosas que me preocupaba más era el estilo. Estaba obsesionado con verme bien y hacer las cosas con un estilo único que los demás identificaran y pudieran admirar. Por eso, cuando di mi primer golpe importante en contra de una banda rival, y obtuve mi primera suma considerable de dinero, lo primero que hice fue comprarme un hermoso traje blanco. ¡Me veía increíble de blanco! Las mujeres querían estar conmigo y los hombres me invitaban tragos. Era un día de asueto, recuerdo, porque nadie fue a trabajar ese día. Los bares estaban llenos. Todo iba muy bien, hasta que de repente escuchamos unos tiros. Eran los de la banda rival buscando venganza. Una vez que pasó el tiroteo, me percaté de que me habían herido. De todos los que estábamos ahí, ¡era el único al que le habían dado! Fui el primero al que vieron y al primero al que le dispararon. ¿Sabes qué aprendí ese día? Que poseer estilo puede ser peligroso. Me di cuenta que lo primero a lo que le tiraron fue al traje blanco. Por eso no he vuelto a usar un traje blanco en mi vida. A veces, el exceso de estilo te puede llevar a la tumba.”


Afirmar que Steve Jobs es hoy por hoy el empresario más importante del orbe no es ninguna exageración. No tiene competencia en activo: si bien su peso seguirá siendo un factor sustantivo en la toma de decisiones de Microsoft, Bill Gates parece cada vez más preocupado en las labores filantrópicas de su fundación que en cuestiones monetarias; Warren Buffett, director de Berkshire Hathaway y quizá el financiero más sagaz de nuestros tiempos, está a unos pasos del retiro, y si bien existen otros hombres de negocios carismáticos allá afuera, ninguno está a la altura de Jobs.
Nadie se lo puede regatear, Jobs es un gigante que ha cambiado dramáticamente al mundo, no una, sino varias veces: desde la invención y comercialización de la Macintosh, la primera computadora amigable para el público general, al lanzamiento a mediados del año pasado del iPhone (la pieza de consumo masivo más estilizada en materia de convergencia tecnológica inventada hasta ahora), pasando por su papel como financiador principal de Pixar, el taller de animación ahora propiedad de Disney y responsable de éxitos como Toy Story y Los increíbles (operación que ha redundado en que posea el 7.35 % de las acciones del imperio donde habitan Mickey Mouse y el Pato Donald). La joya de la corona sigue siendo el iPod, el reproductor digital de música que, junto con el ecosistema que conforma junto al “jukebox” y tienda musical iTunes, ha puesto en jaque a la industria discográfica tradicional y redimensionado culturalmente la manera en la que pensamos en torno a las posibilidades de la tecnología.
Todo en Jobs es espectacular: la manera en la que diseñó el modelo de negocio de Apple, sus viajes de “ácido” en su juventud (sin los que, admite, no poseería la “soltura mental” que lo caracteriza), la manera en la que regresó a Apple en los 90 después de haber sido despedido por accionistas desconfiados de su temperamento explosivo (cobrando un dólar en su puesto como CEO hasta que Apple volviera a estar en números negros), sus presentaciones de productos (más cercanas a conciertos de rock que a convenciones de negocios), y un muy largo etcétera. No obstante, su mayor virtud amenaza con tornarse en su peor pecado, ya que esa misma espectacularidad bien podría obrar en su contra. Y es que como consignan ya varios medios estadounidenses (donde destacan algunos reportajes críticos de las influyentes revistas Fast Company, Wired y Fortune), el narcisismo de Jobs se ha desatado con el reciente retiro de Bill Gates (su otrora némesis) del mando formal de Microsoft a extremos que podrían ser contraproducentes para  Apple.





Narcisismo peligroso
De acuerdo con Michael Maccoby, profesor de la Universidad de Harvard,  existen cuatro tipos de líderes empresariales: el erótico, el obsesivo, el narcisista y el de marketing. El tipo erótico (denominado así por su necesidad de brindar y recibir calidez de los demás, y no por sus habilidades sexuales) es, en su aspecto positivo, un líder cooperativo, idealista y comunicativo: apoya y ama a los demás; en su fase improductiva,  es dependiente e inestable: se pone en función de sus colegas y subordinados para ganar su aprobación. El obsesivo productivo es responsable, consciente, respetuoso de las reglas y fiable; el obsesivo negativo es improductivo y  ultracontrolador. La personalidad narcisista es independiente, agresiva y no se deja intimidar; en su aspecto negativo, esta clase de líder es arrogante, grandioso, paranoico y no escucha a los demás. La tipología de marketing se refiere a los líderes camaleónicos, a aquellas personas que son como veletas y moldean su personalidad en función de las demandas del contexto.
Jobs, qué duda cabe, es cien por ciento narcisista. Los líderes narcisistas son idóneos para las empresas en épocas extraordinarias, cuando falta pasión y audacia para llevarlas hacia nuevos rumbos, pero también pueden llevar a las empresas al desastre  en la medida en que se nieguen a escuchar  las advertencias de sus colaboradores; es decir, conceptos como crear trabajo en equipo, preocuparse por grupos de interés (stakeholders)  o ser más receptivo frente a los subordinados no resuenan en los narcisistas. En palabras sencillas, a los narcisistas no les importan los demás, pues estos son criaturas inferiores y carentes de estilo que no están a su nivel.


Tache en Responsabilidad Social
Jobs quiere transformar al mundo, pero más importante aún, quiere  saberse artífice de ese cambio. Es una cuestión de visión de vida: el pilar de Apple ha reiterado en varias ocasiones que no sabe si hay o no una vida después de la existencia terrenal, por lo que ha decidido vivir intensamente cada momento, suponiendo que puede ser el último. Por ello, la idea de dejarle un “legado” social al mundo es algo que no le preocupa (después de todo, ¡ya va a estar muerto!).
Bajo esta lógica (diametralmente distinta a la de Bill Gates),  la Responsabilidad Social no es una idea de peso en Apple.  Acusar a Jobs de que no le importa ser “socialmente responsable” sería un exceso; finalmente, Apple, hasta donde se sabe, cumple bien con sus deberes básicos como corporación (pese a que su esquema de toma de decisiones está malsanamente focalizado en Jobs, y no en un gobierno corporativo menos personalizado, finalmente la compañía genera riqueza, cumple con ambientes óptimos de trabajo, no lastima a la sociedad y  es ecológicamente sustentable); sin embargo, si se toman cuenta las dimensiones e importancia de la empresa y el personaje, pues cabría esperar más, mucho más  de la compañía en asuntos como la filantropía y el combate a ciertos males planetarios. Pero eso no parece  importarle a Jobs.  No es que tampoco no lo haya intentado: en enero de 1987, después de que fundó Next (la empresa que junto con Pixar le permitió orquestar su triunfal regreso a Apple), Jobs estableció la Steven P. Jobs  Foundation, una fundación filantrópica que, en teoría, financiaría a emprendedores sociales a la vez que colaboraría en la promoción de mejores hábitos alimenticios y cuestiones agrícolas. Sin embargo, la fundación nunca hizo nada destacable. La única nota de relevancia periodística que dio durante los 15 meses de su funcionamiento fue una de naturaleza un tanto frívola, pero muy acorde con la egolatría y el afán estético de Jobs: la contratación de Paul Rand, el célebre artista visual, con el fin de que diseñara un logo a tono con la misión de las “enormes” ambiciones del organismo filantrópico. Más allá de eso, la única acción filantrópica de notoriedad de Jobs o Apple ha sido el lanzamiento del iPod (R)ed, el esfuerzo de marketing de causa de Bono, vocalista de U2 (una acción menor totalmente mercadotécnica). 
Por otra parte, Steve se ha mostrado en extremo renuente a diseñar un programa de gestión que contemple el funcionamiento de la compañía sin su liderazgo. Si Jobs se ausenta o muere, no hay “plan b” en Apple: es predecible que el valor de la organización caiga al suelo. Como bien apunta Robert Sutton, autor de The No Asshole Rule, la unión simbiótica entre líder y compañía es tan intensa en este caso que “si Steve Jobs fuera encarcelado y dirigiera Apple desde la cárcel, sería preferible  para el valor de la acción que su misma muerte”.  Estas pueden ser buenas noticias para el ego de Steve, pero son pésimas condiciones para una compañía como Apple que aspira a institucionalizarse, perdurar en el tiempo y trascender el caudillismo de su líder.




Fuera de control
Desde el retiro de Bill Gates del mando de Microsoft, el narcisismo de Steve Jobs se ha desatado en sus declaraciones a la opinión pública. He aquí una colección de las más ególatras:  
Sobre su espíritu trasgresor. ¿Por qué unirse a la armada cuando puedes ser un pirata? 
Sobre el retiro de Bill GatesLe deseo lo mejor a Bill, en serio, sólo pienso que él y Microsoft son un poco estrechos en su manera de pensar. Quizá Bill sería más abierto si hubiera tomado ácido alguna vez o visitado un ashram en su juventud.


Sobre la relación con sus clientes. Uno no puede preguntarle a los clientes  qué desean. Henry Ford, inventor de la industria automotriz, dijo algo que me gusta mucho: “si le hubiera preguntado a mis potenciales clientes que querían, me hubieran contestado que un caballo más veloz”. Por eso es que prefiero usar mi criterio y mi gusto, en lugar de hacer estudios de mercado o contratar un consultor.
Sobre el Kindle, de Amazon (el llamado ”iPod de los libros”). No importa si el Kindle es un buen producto o no, el modelo de negocio está equivocado en su origen mismo: la gente ya no lee. Esa es la triste realidad, ¿para qué hacer entonces un lector digital de libros? No le veo el sentido.
Sobre su propia importancia. ¡Voy a cambiar al universo!
Sobre su negativa a ponerle placas a su Mercedes y respetar los límites de velocidad. Es un juego que me gusta jugar con las autoridades. Espero que el sentimiento sea mutuo.

Los narcisistas exitosos no escuchan ni  quieren hacerlo. ¿Quién los podría culpar? Si han llegado lejos, es porque no escucharon al resto.  ¿Por qué habrían de empezar ahora en la cima de sus carreras? ¿Por qué Steve tendría que ser consciente de los demás e institucionalizar la compañía que él creó, rescató y reinventó como una de las grandes fuentes de innovación de la humanidad? En su esfera narcisista, el simple hecho de pensar en ello es algo tan absurdo como seguir escuchando música en un viejo walkman de los 80. No obstante, si la idea es hacer lo mejor para Apple, Jobs debería repensar en los posibles costos a futuro de su narcisismo, el cual parece estar fuera de control. 
En la actualidad, ninguna corporación, por cool que ésta sea, se encuentra por encima de la rendición de cuentas y la obligación moral de mejorar la sociedad de la que han sacado provecho. Un paso en falso y Jobs bien podría volver a caer en un escenario similar al de su despido de Apple en los 80, cuando su estilo espectacular, tan celebrado por la opinión pública mundial,  lo tornó en un blanco fácil de sus enemigos, quienes, sobra decir, distan de ser pocos.





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